Stories & Reflections
Estimado lector (a):
Desde el día 20 de marzo estoy en este viaje, que fue lo que escogí para festejar los veinte años de mi peregrinación por el Camino de Santiago. Esta me llevó por tres continentes (Europa, ífrica, Extremo Oriente), y me permitió un contacto directo con millares de lectores, a partir del momento en que decidí que era imposible esa conmemoración sin su presencia.
En Puente de la Reina hice mi primera tarde de autógrafos sin un “planeamiento oficial” y desde entonces pude combinar algunos encuentros organizados con otros absolutamente espontáneos. A todas estas tardes de autógrafos les siguieron fiestas donde conmemorábamos juntos el sentido del camino: encuentros.Festejar, celebrar, discutir, bailar, respetar el misterio de la vida, pero al mismo tiempo, entender que no estamos solos en este misterio y que necesitamos dividir nuestro encantamiento con otras personas que entienden nuestra manera de pensar.
Creé este blog el día 19 de abril junto con Paula Braconnot para que todas estas experiencias pudiesen ir también más allá del espacio físico y zambullirse en el espacio virtual. Quiero aprovechar la oportunidad para agradecer a Paula su profesionalismo, su amor, y su dedicación, que superó todas las dificultades técnicas.
Mi próxima parada antes de retornar a casa será Alemania, donde participo de la Copa del Mundo como invitado de la FIFA. Pienso que nada nuevo podré decir respecto al fútbol, de modo que hoy estoy cerrando estos textos. Cualquier comentario será bienvenido, de forma que nos permita perfeccionar la idea de tener un blog, de vez en cuando, para conversar.
El día 22 de Junio, si Dios quiere, estaré volviendo al viejo molino en los Pirineos, mi punto de partida, y enseguida viajaré para Brasil.
Cada dos semanas envío una newsletter para los lectores interesados. Quien desee recibirla puede inscribirse en , disponible en varios idiomas.
En una de mis primeras paradas en esta peregrinación pasé por un poblado en España. Allí escribí el texto de más abajo. Pienso que no importa de donde venimos; siempre podemos llegar mucho más lejos de lo que imaginamos. Ese es el ejemplo del camino que Francisco nos dio y que debemos seguir.
Dedico este camino a mis lectores. Muchas gracias por el apoyo de todos, por las noches que pasé leyendo sus mensajes colocados aquí y que me estimulaban siempre para que siguiese adelante. El sentido del camino está en las personas y siempre vemos mejor el mundo cuando permitimos que el misterio de los encuentros se manifieste. Como dice la última frase de El Peregrino : “las personas siempre aparecen cuando están siendo esperadas.”
Paulo Coelho
Estoy tomando un café en la terraza del hotel con vistas a un castillo, un gigantesco castillo en esta pequeña aldea con apenas algunas casas, en la provincia de Navarra, España. Ya es de noche, no hay luna, estoy rehaciendo en coche mi peregrinación a Santiago de Compostela, para conmemorar los veinte años desde que crucé este camino por primera vez.
La aldea donde estoy, no obstante, no forma parte del recorrido, que pasa a unos 19 kms. de aquí, pero pretendía visitarla y aquí estoy. Hace quinientos años nació en este lugar un hombre llamado Francisco. Debe haber jugado mucho en los campos alrededor del castillo. Debe haberse bañado en el río que corre cerca de aquí. Hijo de padres ricos, dejó su aldea para completar sus estudios en la famosa Universidad de La Sorbonne, en París. Deduzco que fue su primer viaje largo.
Era atlético, guapo, inteligente, envidiado por todos los alumnos – menos por uno, venido de la misma y distante provincia española, que se llamaba Ignacio. Ignacio decía: “Francisco, tu piensas mucho en ti. Por qué no te dedicas a pensar en otras cosas, como en Dios, por ejemplo?” No sé por qué, pero Francisco, el más guapo y más valiente estudiante de La Sorbonne, se dejó convencer por Ignacio. Se juntan con otros alumnos y fundan una sociedad que pasa a ser motivo de risas de todos los otros compañeros, hasta el punto que alguien escribe en la puerta de la sala donde se reunían: Sociedad de Jesús. En lugar de sentirse ofendidos, adoptan el nombre. Es a partir de ahí que Francisco empieza un viaje sin retorno.
Va con Ignacio a Roma, y le pide al Papa que reconozca la “sociedad”. El pontífice acepta encontrarse con los estudiantes y, para estimularlos, les da su aprobación. Francisco – que se moría de miedo de los navíos y del mar – parte solo para Oriente, imbuido de lo que considera su misión. En los próximos diez años visitará ífrica, India, Sumatra, Molucas, Japón. Aprenderá nuevos idiomas, visitará hospitales, prisiones, ciudades y aldeas. Escribirá muchas cartas, pero ninguna – absolutamente ninguna – hará referencias a puntos “turísticos” de estos lugares. Comenta sólamente la necesidad de llevar una palabra de coraje y esperanza a los que son menos favorecidos.
Muere lejos de la aldea donde estoy ahora tomando mi café – y es enterrado en Goa. En una época en que el mundo era inmenso, las distancias casi insuperables, los pueblos vivían en guerra, Francisco creyó que debía considerarlos como una aldea global. Supera su miedo al mar, a los navíos, a la soledad, porque está consciente de que su vida tiene un sentido. No sabe, mientras camina por Oriente, que sus pasos jamás serán olvidados y que todo lo que plantó dará frutos; está haciendo eso porque es su leyenda personal, la manera que escogió de vivir su vida.
Quinientos años después en la ciudad de Ahmedabad, en la India, un profesor pide a sus alumnos una biografía sobre él. Uno de los niños escribe: “Fue un gran arquitecto, porque en todo Oriente existen escuelas que construyó y que llevan su nombre”.
Antonio Falces, que dirige uno de estos colegios, cuenta que ya vio a dos personas conversando:
– Francisco era portugués – decía una.
– Claro que no. Nació y fue enterrado aquí en Goa, respondía la otra. Ambos estaban errados, y ambos tenían razón: Francisco vino de un pequeño pueblo de Navarra, era un hombre de mundo, y todos lo consideraban parte de su propia gente. Tampoco era arquitecto especializado en construir escuelas; pero como dice uno de sus primeros biógrafos, “era como el sol, que no puede seguir adelante sin derramar luz y calor por donde pasa”.
Pienso en Francisco: salir de aquí, recorrer el mundo, Hacer que el nombre de esta pequeña aldea sea llevado a tantos lugares, hasta el punto de que mucha gente cree que es su apellido. Enfrentarse a sus miedos, renunciar a todo en nombre de sus sueños – que eso me inspire y me sirva de ejemplo; yo que estudié en uno de los colegios de la tal “sociedad de Jesús”, o S.J., o escuelas jesuitas, como son conocidas.
Estoy en el pueblo de Javier. Tanto Francisco como Ignacio, que vino de otra pequeña aldea, llamada Loyola, fueron canonizados el mismo día, 12 de Marzo de 1622. En aquella mañana, colocaron una faja en los muros del Vaticano:
“San Francisco Javier hizo muchos milagros pero el milagro de San Ignacio es todavía mayor: Francisco Javier.”