Paulo Coelho

Stories & Reflections

Edición nº 154 : Confundiendo sonidos y colores

Author: Paulo Coelho

– Vamos a parar un poco. ¡No soporto este color naranja!
Pero, ¿de qué color naranja habla esta mujer? Estamos en el Trastevere, en Roma, y todo lo que veo a nuestro alrededor son los bares, la gente en la calle en este frí­o inicio de primavera, y las campanas de la iglesia repicando. Ya casi es de noche y además está nublado, de manera que ni siquiera puede culparse al sol de semejante ilusión óptica.
Paseo con una actriz a la que conozco desde hace algún tiempo, pero con la que nunca habí­a podido conversar en profundidad. Paro como me pide, pero apenas por educación, suponiendo que esta mujer que yo tení­a por tan equilibrada y profesional debe de estar más loca de lo que pensaba.
Entramos en un restaurante para cenar. Pedimos risotto con trufas, y un buen vino. Estamos charlando sobre la vida cuando, de repente, llega otro comentario absurdo:
-¡Esta comida está rectangular!
Ella me descubre poniendo una cara de enorme perplejidad. ¿Comida rectangular?
-Debes pensar que estoy loca, pero no, no lo estoy. Durante un tiempo pensé que lo que me pasaba era que tení­a daltonismo (eso de confundir los colores). Fui al médico, y descubrí­ que lo que tengo es un disturbio neurológico común.
Una vez en casa, me puse a buscar inmediatamente en internet, y me sorprendí­ con algo de lo que nunca en mi vida habí­a oí­do hablar: la sinestesia. Consiste en que un estí­mulo en un determinado sentido se percibe como si proviniese de otro. La persona que padece este tipo de disturbio, confunde sonidos con olores, vista con paladar, colores con tacto, etc. (son posibles muy diversas combinaciones).
Algunos estudios cientí­ficos sostienen que el hecho de ver el aura de un ser humano se explica de esta manera. No estoy de acuerdo con estos estudios: pienso que todos nosotros tenemos realmente un cuerpo astral que puede verse alterando la percepción. Pero lo que me resultó más interesante de esta investigación fue que demostraba que lo que percibimos a través de nuestros cinco sentidos no es una verdad absoluta. Las personas sinestésicas tienen una noción del mundo completamente distinta de la nuestra, aunque eso no les impide llevar una vida relativamente normal. Mi amiga actriz trabaja en la televisión italiana todos los dí­as, y dice que acabó acostumbrándose.
Profundizando en mi búsqueda de información sobre el asunto, descubrí­ en la revista británica Cognitive Neuropsychology un estudio elaborado por un equipo de investigadores del University College de Londres. Tal estudio, dirigido por el doctor Jamie Ward, habí­a ido más allá en sus observaciones: algunos sinestésicos pueden percibir colores en palabras cargadas de emoción, como “amor” o “hijo”. La gran mayorí­a de ellos termina asociando el nombre de alguien a una determinada tonalidad. Ward describe el caso de la joven G.W., cuyo campo de visión, por el simple hecho de escuchar ciertos nombres, se cubrí­a completamente de un determinado color asociado a esa palabra.
Aprendo en una revista de arte que las aureolas que vemos envolviendo las cabezas de los santos pudieron ser creadas por algún pintor sinestésico de la antigüedad, siendo imitadas por los demás posteriormente sin que ninguno se llegara a preguntar por la razón de aquel disco de luz. El premio Nobel de Fí­sica de 1965 dijo cierta vez en una entrevista: “Cuando escribo ecuaciones en la pizarra, veo los números y las letras en colores diferentes”. Dice un artí­culo que Feyman forma parte de un grupo de personas para las que el número dos puede ser amarillo, la palabra automóvil sabe a mermelada de fresa, y cierta nota musical evoca la imagen del cí­rculo.
Afirma Ward que la sinestesia no puede entenderse exactamente como una enfermedad: “al contrario de lo que sucede en los trastornos psiquiátricos, el sinestésico no tiene ninguna función básica comprometida, y presenta por otro lado un sí­ntoma positivo, ausente en la mayorí­a de los seres humanos”. El principal problema radica en los niños en edad escolar, los cuales no consiguen entender por qué sienten las cosas de manera diferente a los demás.
Para mi gran sorpresa, algunos estudios señalan que una de cada 300 personas es sinestésica (aunque la mayorí­a dice que la proporción es de una entre 2.000).
Al dí­a siguiente llamé por teléfono a mi amiga y le pregunté por la sensación que ella asociaba siempre conmigo. “Suave”, fue su respuesta.
En fin, la sinestesia no siempre es muy lógica.

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