Paulo Coelho

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Edición nº 184 – Sexta virtud cardinal: fortaleza

Author: Paulo Coelho

Según el diccionario: Del provenzal fortalessa. Sustantivo femenino. Fuerza o capacidad para vencer las contrariedades; firmeza de espí­ritu; perseverancia; recinto fortificado.

Para Jesucristo: Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemí­n, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. (Mt 5: 13-15)

En el fragor de la batalla: Ayer fui fuerte para luchar. Hoy seré fuerte para vencer (Bernardette Devlin, activista polí­tica católica de Irlanda del Norte).

Entre los padres del desierto: un grupo de monjes del monasterio de Sceta, entre los que se encontraba el gran abad Nicerio, paseaba por el desierto egipcio cuando, de repente, un león les salió al paso. Aterrados, todos huyeron corriendo.

Años después, cuando Nicerio se encontraba en su lecho de muerte, uno de los monjes comentó:

-Abad, ¿se acuerda del dí­a que nos topamos con el león? Fue la única vez que le vi tener miedo.

-Pero a mí­ el león no me dio miedo.

-Y entonces, ¿por qué corrió igual que los demás?

-Porque me pareció mejor huir una tarde de un animal que pasarme el resto de la vida huyendo de la vanidad.

En un discurso: El pueblo ha de darle la espalda a aquellos que insultan la dignidad humana al dictaminar que unos deben ser los señores y otros los siervos. Porque eso transforma a la persona en un predador, cuya supervivencia depende de la destrucción del otro. De tal manera habremos creado una sociedad valiente, que reconoce que tanto los negros como los blancos pertenecen a la misma raza, nacieron iguales, y tienen los mismos derechos de libertad, prosperidad, y democracia. Esta sociedad nunca tolerará nuevamente la existencia de prisioneros de conciencia. (Nelson Mandela, que fue prisionero de conciencia durante 28 años, al recibir el premio Nobel de la Paz. 10/12/1993).

Frente al mal absoluto: dos rabinos intentan de todas las maneras posibles reconfortar espiritualmente a los judí­os en la Alemania nazi. Durante todo un año, aunque muertos de miedo, logran engañar a la Gestapo (servicios secretos) y realizan oficios religiosos en varias comunidades.

Finalmente son capturados. Uno de ellos, aterrado con lo que puede suceder de ahí­ en adelante, no para de rezar. El otro se pasa el dí­a entero durmiendo.

-¿Cómo consigues dormir? -pregunta el rabino asustado- ¿No tienes miedo? ¿No sabes lo que nos puede ocurrir?

-Yo pasé miedo hasta que nos hicieron prisioneros. Ahora que ya estamos aquí­, ¿de qué me va a servir seguir teniéndolo? El tiempo del miedo acabó. Ahora empieza el tiempo de la fortaleza para enfrentar el destino.

En una playa: ¿Qué tienes a tu alrededor? No hay alegrí­a ni fortaleza, sólo terror en este bello atardecer. Terror de quedarse solo, terror de la oscuridad que puebla la imaginación de demonios, terror de hacer alguna cosa ajena al manual de urbanidad, terror al juicio de Dios, terror de los comentarios de los hombres, terror de arriesgarse y perder, terror de ganar y tener que convivir con la envidia, terror de amar y ser rechazado, terror de pedir un aumento, de aceptar una invitación, de ir a lugares desconocidos, de no conseguir hablar una lengua extranjera, de no tener capacidad para impresionar a los demás, de hacerse viejo, de morir, de hacerse notar por los defectos, de no ser notado por las cualidades, de no ser notado ni por defectos ni por cualidades. (En El Demonio y la señorita Prym, 2001, fragmento adaptado).

Según un sabio: La fortaleza y el valor se demuestran con actos, no con palabras. Son muy diferentes de fanfarronear o de ser arrogante o loco. Un hombre valiente es el que se atreve a hacer lo que cree correcto, y asume las consecuencias de sus actos, sean éstos polí­ticos, sociales o individuales.

Un hombre puede obedecer a otro por dos razones: por miedo a ser castigado, o por amor. La obediencia que proviene del amor al prójimo es mil veces más poderosa que el miedo al castigo. (Mahatma Gandhi, 1869-1948)

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